1 de agosto de 2008

Parece que nos estamos muriendo

-Parece que nos estamos muriendo, hermanito- escuchó que le decía el hombre que estaba tendido a su lado.

Sintió que el sol desaparecía y abrió los ojos lentamente. Y era verdad, el sol les había dado una tregua, escondiéndose detrás de un cielo desteñido. Trató de recordar los días que habían pasado desde la partida… una semana tal vez. Sin embargo, el viaje había comenzado mucho antes, en el momento de su nacimiento, o antes incluso, porque su madre ya lo llevaba en el vientre cuando tuvo que huir de su país.

-Eso, desde que nos parieron, amigo- le respondió como para tranquilizarlo.

Pero era cierto, eso pensaba, que había quienes nacían para comenzar a vivir, y que otros, en cambio, como él y todos los que yacían a su lado, nacían y empezaban a morir.

El viento de lo alto alargaba y deformaba las nubes. En la aldea -aquella aldea que había aparecido de la nada, y que era poco más que eso- las nubes habían desaparecido hacía unos cuantos años. Por este motivo pensó que el cielo nublado que ahora lo cubría era un buen presagio, que a optimista no se la ganaba nadie. Había sido también ese optimismo, y las ganas de no seguir muriendo la razón que lo había impulsado a realizar el gran viaje.

-Te imaginas si lloviera- volvió a hablarle el hombre del costado.

La última vez que llovió en la aldea había sido una fiesta. El agua caía como maná, como arroz, como pan. Recordó a sus hermanos pequeños danzando junto a los otros niños. Pero, por sobre todo, recordó a su madre; el rostro de su madre mirando hacia el cielo, (como miraba él ese cielo ahora, aunque no quisiera) con los ojos entrecerrados, los brazos en cruz y el agua rebotando en las palmas de sus manos y resbalando por su cara y su vestido; su madre, estática, como una estatua agradecida…

Imaginaba, claro que imaginaba. Si lloviera…

Apenas fue consciente, y eso ocurrió muy temprano, supo que debía marcharse. Desde aquel momento vivió sólo para ese viaje. Fueron años de trabajo para comprar un incierto billete, para un futuro que el creía cierto. Y, cuando al fin llegó el día de partir, no lo dudó, poco tenía que perder, y comenzó la travesía en la que debía cruzar más de un desierto.

El viento arrastró las nubes lejos de ahí, y sobre la piel quemada de los hombres, el sol volvió a arder.

-Parece que no lo lograremos, hermanito- le dijo, con una voz apenas audible, su compañero.


La víspera de la partida, su madre lo había abrazado largamente. Ninguno de los dos lloró, que también la sequía había llegado a los ojos.

-Prometí a mi madre que lo iba a lograr, y que regresaría a la aldea después…

Intentó adivinar cuánto tiempo habría pasado desde la partida…dos semanas tal vez. Su compañero hablaba cada vez menos, y cuando lo hacía, más bien deliraba.

-Resista, hermanito, que parece que queda poco- le dijo él- ¿qué no oye cómo cantan los pájaros? Pero el hermanito no le respondía.

Otra noche caía sobre ellos. La embarcación comenzó a moverse más de lo habitual y un viento fresco, como una bendición, se coló por entre los cuerpos amontonados. Y así, algo más aliviado consiguió, después de muchas horas, dormir un poco. Y soñó. Y en su sueño volvía a llover en la aldea. Llovía como nunca había llovido. Y en su sueño vio a su madre como aquella vez, con los brazos abiertos, recibiendo la lluvia, el arroz, el pan. Porque era eso lo que llovía en su sueño, mucho pan, mucho arroz. Y los niños de la aldea, en su sueño, bailaban salpicando infinitos granos de arroz. Y su madre, en el sueño, le decía que regresara, que ahora no hacía falta que se marchara… ¿acaso no ves, hijito, como llueve arroz sobre nosotros? Y estrellas, madre, mire cuántas estrellas caen sobre mis ojos, madre.

Se despertó sobresaltado. Pensó que seguía soñando. Cientos de destellos luminosos no le dejaban ver con claridad lo que ocurría. Se incorporó con dificultad, apoyándose en su compañero y en la baranda de la embarcación, mientras una voz fuerte y extraña, que salía de un megáfono, lo conminaba no sabía a qué.

Fue entonces que lo vi. (Dios mío, si todavía era un niño). Mientras con una mano se cubría el rostro para protegerse de los flashes, con la otra se afirmaba del cayuco para no caerse. Luego, volvió a agacharse, y cuando comenzó a sacudir el cuerpo muerto de uno de sus compañeros, vi, dibujado en su rostro, todo el miedo que la humanidad es capaz de infundir. Entonces, bajé mi cámara, me metí al agua y caminé los pocos metros que me separaban del cayuco. Los flashes seguían disparando, inescrupulosamente, su carga noticiosa. Él, arrodillado al lado de su compañero, le hablaba como si estuviese vivo, en una lengua que ninguno de los que estábamos allí habría podido identificar, porque era la lengua de los pueblos olvidados de África. Alargué instintivamente mi mano y toqué su hombro. Él me miró, y ya no era miedo lo que había en sus ojos, sino desconcierto.

-Bienvenido a Europa, hermanito- le dije, sin poder parar de llorar.




13 comentarios:

Edurne dijo...

Sí, es para llorar, pero...
Pero tal parece que nos levantamos cada mañana con noticias de cayucos cargados de negra esperanza, de oscuro temor, de ansias y sueños truncados, manchados, olvidados, como esos niños, esas mujeres, esos hombres...

Y a nadie le importa, parece que a nadie le importa!
Y siguen soñando, y siguen caminando: desiertos, más desiertos... Hambre y más hambre, dolor, engaño, suciedad y un sueño: Llegar!
Y llegan los que llegan y llegan como llegan!
Y luego... qué, para qué?

Ahí están nuestras conciencias, más oscuras, más negras que su propia piel.
Ahí están sus desafíos en esos ojos temorosos, en esas manos suplicantes, en esos pasos vacilantes...

Y yo me pregunto...
Y yo me lamento...
Y yo me perdono...

Un abrazo ahogado!

Sergio Saavedra Rivera dijo...

Amigo mío, como dice Edurne, es para llorar... Son parte de esos dolores que parecen lejanos, pero son tan nuestros, tan cercanos en nuestra alma...
Cada vez que veo a aquellos que saltan en esos pequeños barcos o cayucos buscando un lugar mejor para sus vidas me queda la sensación de rasguños en el alma...

Manuel dijo...

Uy esto me huele a guión cinematográfico.. deberías presentarlo!.. tienes una pluma increíble!... mi completa admiración....

Sonita dijo...

un largo viaje, penoso, y en él, la esperanza de una vida mejor.. muchos asi se van de su pueblo donde no llueve, donde no hay esperanza.. y al marcharse, en busca de tal esperanza, no siempre logran alcanzarla..
triste, veridico..

PRUEBAS 2013. dijo...

Escribes maravillosamente.
Besísimos

Anónimo dijo...

Siempre tan tristes tus textos Tris, siempre me haces sentir un nudo en el estómago y el pecho apretado cuando te leo...
Creo que algo de mazoca tengo e insisto en pasar una y otra vez a pegarme una sufrida por acá, jajaja.
un beso Tris

ybris dijo...

Terriblemente triste e indigesto.
Hay quien, ademas de irse muriendo mientras vive, como nos pasa a todos, lo van notando mientras flotan.
Y encima ni siquiera es cierto que a los que llegan les den la bienvenida a Europa porque se les devuelve al principio como si no valiera nada ese esfuerzo en que se juegan la vida.

Abrazos.

chuliMa dijo...

Lo peor de este tipo de realidades, es que te acostumbras a ellas. Y es una pena.
Como siempre consigues despertar sentimientos en tus relatos.
Un beso grande y gracias por este post.

Silvia_D dijo...

Precioso, real y triste :)

Saludos

Diego dijo...

Tienes la madurez narrativa de un novelista. Si no lo has hecho aún (cosa que me extrañaría viendo lo que escribes), te aliento a que empieces con una novela. Y si ya has escrito una, empieza con otra. El relato es bellísimo y ya sabes, un cuento es una novela despojada de ripios. Un abrazo.

Diego dijo...

Leí tu comentario y decidí responderte por acá. Creo que no deberías tener miedo a emprender la escritura definitiva de una novela. Por lo menos, escribe, no dejes de escribir si ya has empezado una. Luego las partes se irán ensamblando a tu gusto, algunas serán ampliadas, otras descartadas, pero hay que crear esas partes. Ya te comenté en algún momento que tienes una prosa excelente, pero sobre todo tienes algo esencial en un novelista: no te desesperas frente a los hechos, no te apuras, sabes dedicar tiempo a una acción sin precipitarte. Piénsalo. Un abrazo.

eSadElBlOg dijo...

Siempre me ha parecido que algunos africanos que venden cds o bolsos en la playa o cerveza en las ramblas están siempre a punto de llorar,ya que no creo que sea alegría lo que les brilla en los ojos, pero simplemente no lo consiguen.

Y siempre me pregunto que les pasa una vez recuperan las lágrimas.

Myriam M dijo...

El relato es buenísimo, no lloré pero sentí la llaga, de acuerdo con Diego, tu prosa es excelente, necesitamos buenos novelistas por acá.

Un petonet,

Lilith