16 de enero de 2008

Blas

-Si quieres, puedes pasar lo que queda de noche en mi casa.

El extraño lo miró en silencio y lo siguió unos pasos más atrás, caminando torpemente con el cuerpo aterido de frío.

En noches heladas como aquélla, regresar a una casa vacía le parecía absurdo, por eso se había quedado, asesinando el tiempo, en el bar de costumbre. En una de ésas, si había suerte, podría capturar alguna mirada clandestina, a través de un cristal turbio de vino tinto. Pero eso, rara vez ocurría, así que cuando las copas se vaciaron, las luces se extinguieron y las voces se habían desvanecido, el barman lo acompañó, siempre cordialmente, hasta la puerta, la que balanceó, lastimera, su óxido triste en su espalda de último cliente.

Para demorar el regreso, se bajó del taxi algunas cuadras antes, y caminó bordeando el parque próximo a su casa, sin preocuparse del peligro que acechaba detrás de cada árbol ni de las sórdidas soledades que tentaban en cada sombra. Sólo el frío le importaba… un poco. Aunque no se veía ningún auto, en la esquina esperó la luz verde para cruzar. Fue ahí donde vio, al otro lado de la calle, una silueta resignada que intentaba, sin éxito, resguardarse del invierno bajo un poste sin luz. Cuando llegó a su lado, y olvidando todos los consejos de precaución de su mejor amiga, lo invitó a pasar la noche con él.

-Pasa, estás en tu casa- le dijo sonriendo, para que su invitado entrara en confianza.

El extraño no se atrevió a moverse del lado de la puerta. Sólo observaba con timidez el lugar y los movimientos de su anfitrión.

-Debes tener hambre, ¿te gusta el pollo?- le preguntó, sacando un plato del refrigerador- Está bueno. ¿O prefieres un ron para calentar el cuerpo?

Y rió con ganas, al ver la cara de no entender nada de su huésped, el cual, siempre con timidez pero sin dudar, optó por el pollo y comió con entusiasmo. Él, mientras tanto, lo miraba, y cuando terminó de comer, se acercó a su invitado y le acarició la cabeza, revolviéndole el pelo con ternura.

-Puedes dormir en el sillón- le dijo. –Mañana ya veremos…

Sólo entonces, el extraño tuvo un primer gesto de acercamiento: lamió, agradecido, la mano que lo acariciaba y movió su desordenada cola con confianza.

-Buenas noches… Blas- le dijo bajito, mientras el perro se acomodaba en el sillón.