21 de septiembre de 2009

El último café

Era un tipo extraño, con frecuentes ataques de luna. A veces, hablaba de una cierta o incierta república independiente de sí mismo. Tardé en comprender que ese país no era otra cosa que una soledad que defendía, sutilmente, con distancia y silencio, y también con sonrisas detodoestábien, nonecesitoanadie…

Sin embargo, yo sabía que ese silencio que guardaba hacía mucho ruido por dentro.

- Estoy viejo- me dijo, mientras con el índice recorría el surco que va desde la aleta de la nariz hasta la orilla de la boca. –Se ha convertido en un abismo- agregó.

- Ocurre que estás cansado, no viejo…

- ¿Acaso no es este cansancio la vejez?...

Sus ojos, al otro lado de la taza, parecían dos soles -o dos lunas más bien- que se ponían en el redondo horizonte del café. Afuera hacía frío y caía una leve llovizna.

- No se va el invierno de un día para otro…- dijo.

Entonces pensé que si era el cansancio la vejez, él era un viejo.
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