9 de junio de 2012

Manual para curar ángeles heridos

A veces, tu recuerdo me duele como un principio de infarto. Entonces me pregunto qué fue de ti… y me pregunto, si en una de esas, tú te preguntas qué fue de mí. Como la pregunta es retórica, dejaremos la respuesta vagando en el mar de los acasos.

Cuando te conocí te sangraban las alas, o lo que quedaba de ellas. Viajábamos en el mismo vagón semivacío de la medianoche; tú me dabas la espalda, no a mí, claro, sería mucha pretensión de mi parte pensar eso, si tú todavía no sabías ni que existía. Dejémoslo en que era al mundo (al que le dabas la espalda, digo). Y si bien tu pelo de ángel renacentista escondía, a la altura de los omóplatos, dos manchas informes en tu camisa, (C me dice que se dice escápula, que los omóplatos ya no existen), yo supe altiro que eran los muñones de tus alas cortadas que no dejaban de sangrar.

Lo demás, como se suele decir, es historia. Lo demás, para ser más exacto, es toda la historia.

Lo demás era todo lo que importaba… quién iba a pensar que esa historia (que era toda la historia), sería, para ti, lo de menos.