En vista y considerando que
no hay verdaderas intenciones de acabar con la miseria, T piensa que la ciudad
debería adaptarse a ella, a la miseria. Y tiene algunas ideas. Por ejemplo, que
los bancos de las calles, además de asientos, podrían ser casas para mendigos y
perros abandonados. La ciudad podría hacer de su arquitectura un resquicio
contra el desamparo.
Eso piensa mientras camina
hacia el metro, como en la eterna segunda parte de una película llamada “al
amanecer se irán los amantes”. Y piensa que ya son demasiados los días sin sol,
y que así nomás con esta primavera disidente.
Piensa también, montado en
el vagón de regreso a sí mismo, que el tren debería estar vacío, y que no tiene ganas de bajarse en la estación
terminal, porque quiere ver qué hay más
allá de esa última estación.
El tren llega al final del
recorrido, a esa última estación donde todos los pasajeros deben descender. Él
piensa, sigue pensando. Sin embargo,
como el pasajero común y silvestre que es, se baja como los demás. Y
piensa que pensar tanto es inútil.
Si el mundo fuera un tren,
todos los pasajeros deberían descender… piensa (sin punto final)
(Otro 13 de octubre... seis años ya escribiendo en estos "malditos recovecos").