Quizás mañana, dijo la puta regresando a su esquina de
batalla. La misma letanía repitió el cura mientras arrastraba su sotana camino
de la sacristía. Mañana, tal vez, pensó el gerente mirando el paisaje de
rascacielos al otro lado de los cristales… Mejor mañana, escribió el muchacho,
asomado al vacío desde uno de los rascacielos que miraba su amante, muy
cerca de donde la puta defendía su
esquina y de la iglesia donde el cura cantaba misas pensando en la puta, que de
tanto en tanto le confesaba que mañana sí, padrecito, pero hoy no que los
antidepresivos están muy caros.