27 de octubre de 2014

El infarto de los días (bonus track)


Después de no sé cuántos días he resucitado, como Cristo, guardando las proporciones, eso sí. Ahora caigo en la cuenta  –y eso porque soy poquito dado a las lecturas bíblicas– en que no sé qué cresta pasó con Jesús luego de su resurrección. Pues nada, mi ignorancia me viene de perilla para describir mi estado. Cristo se me perdió en este punto (o quizá antes… mucho antes). Y así estoy, más perdido en la vida que Cristo resucitado. Eso sí, guardando las proporciones.

Un catecismo oxidado y roñoso me trae a la memoria una incierta ascensión a los cielos del personaje en cuestión. Entonces ¿para qué resucitó?, me pregunto ni tan retóricamente...

Pues nada, que da igual, yo muy sentadito a la diestra de dios padre no me veo. O sea, que en resumidas cuentas, sigo perdido. Eso sí, que Jesucristo guarde las proporciones.
 

 

16 de octubre de 2014

El infarto de los días (Parte 4… y final)


Un tiempo de otro tiempo –no sé si de ayer o mañana– se me cuela por las rendijas de la piel y una tibieza (también de otro tiempo) me empapa el cuerpo. Muy cerca de mi cara, la mujer me dice algo que no entiendo. La veo como en una escena de película muda… en cámara lenta. Sin embargo, le sonrío. Su pelo se agita, su rostro se congestiona… su boca respira en mi boca, mientras atravesamos raudos la histeria de la ciudad, como si esta fuera nuestra última bacanal. En mi delirio pienso que tú y yo podríamos habernos conocido antes. En una de esas, eras tú la historia de amor que me quedé debiendo. ¿Ya no es tiempo, verdad? Intento capturar tus agitadas manos que hurguetean en mi pecho. Interrumpes un instante las maniobras seudoamorosas y me miras. Noto preocupación, casi angustia, en tu mirada. Por eso cambio el discurso, ese que solo pienso porque tu boca intermitente no me deja hablar, y te digo que olvides nuestra historia de amor que no fue, que a estas alturas poco importa, que los amores de última hora tienen el mismo poco valor que los arrepentimientos in artículo mortis…  y que aprovechemos el instante final, el orgasmo del alma, ese que se derrama por todas las rendijas de la piel, por la boca, los ojos, el ombligo, por la punta de los dedos, por los caracoles de las orejas… entonces sobreviene el silencio, la calma… la niebla del cigarrito.

Desde la azotea observo la danza fúnebre de las ambulancias que atraviesan la ciudad, pero ya no distingo en cuál de ellas viaja mi cuerpo. Tampoco recuerdo el rostro de la enfermera. Es sorprendente la mala memoria que tienen los muertos.

13 de octubre de 2014

El infarto de los días (Parte 3)


De un tiempo a esta parte, los días se empeñan en estrenar soledades nuevas y  esta ciudad –con pecado concebida– es su alcahueta. Un día olvidaré el camino de regreso a casa y después de vagar sin rumbo (como siempre se vaga en la ciudad) volveré a este rincón-oficina, porque las razones del pan están por sobre el frío de las patas del alma… Y aquí moriré, intentando corregir  los errores de un corazón mal escrito.

Mientras tanto, escribo entre las líneas de las costillas para un público analfabeto.

… a lo mejor (o a lo peor) tengo que cambiar el celular.

 

1 de octubre de 2014

El infarto de los días (Parte 2)

                                                En la hoguera de lo que fue arde lo que será. (Louis Aragon)

A estas alturas, cuando la nostalgia no tiene remedio y los días cogen el ritmo del Aleluya de Leonard Cohen o de una canción de Simon and Garfunkel, piensas que ya no es tiempo de empezar nada. Más bien, deberías ir cerrando esos capítulos escritos a medias o nunca corregidos. Eso piensas. Y que la vida, la tuya (para no meter vidas ajenas en este asunto), no es más que eso, una suma de capítulos desordenados, inconclusos… inciertos. Piensas, demasiado  tal vez. Que la ciudad cada día es menos habitable y no combina con el ritmo ese de Cohen. Que todo, por lo mismo, va desacompasado. De un tiempo a esta parte, bailamos mal tú y yo, pisándonos los callos del dedo chico. Las naves ya no arderán ni más allá ni más acá de Orión, y eso, el corazón lo sabe, lo tiene más clarito que el agua.  En la caja solo queda un fósforo para raspar las costillas desde adentro y en una avenida que parece lejana zumban los autos… que es el mar de otro tiempo en tus oídos, el viento en los cipreses de la infancia o el crepitar del polvo en el que te has convertido.