27 de enero de 2015

Cardenales

Pero esta vez ella lloró y a nadie pareció extrañarle, pues estaban enterrando al hombre que hasta ayer había sido su esposo.  Las lágrimas de mamá, calmadas pero abundantes, parecían brotar de todo su cuerpo, empapándole la carne y los huesos.  

No, a nadie le extrañó que mamá llorara, solo a mí, que nunca antes la había visto llorar. Y vaya que tenía motivos para hacerlo… Y yo también lloré. Pero no por el padre muerto, sino por las lágrimas de mamá, por las desconocidas lágrimas que por tantos años  mamá había guardado como cardenales en la piel de su alma…