13 de marzo de 2012

HERMANAS

Las dos tienen más de cuarenta (el segundo dígito es incierto); la mayor sonríe poco y ríe menos. Ahora que lo pienso, no recuerdo cuando fue la última vez que la escuché reír. La menor, por el contrario, va sonriendo por la vida, por esa vida suya que a ratos es triste.

Hasta los veintitantos siempre durmieron juntas. Al principio, por obligación, pues las camas eran pocas, y después por costumbre, por el gusto de la compañía o por el frío que la más grande decía sentir eternamente en sus pies. Pero quiso el tiempo que por esos años se emparejaran. La menor lo hizo primero y se marchó a la ciudad del hombre que ella escogió como compañero. El tiempo también les trajo un par de críos a cada cual.


Sin embargo, todas las vacaciones, la menor regresa al pueblo y, con alguno de los críos entremedio, vuelven a dormir juntas, como cuando niñas, como cuando jóvenes, relegando a los esposos a la soltería.


Tienen más de cuarenta, y si bien las camas en las que han dormido han cambiado (ahora son más grandes… más blandas), ellas siguen siendo las mismas niñas cómplices, que soñaban tiempos mejores, y que al final del verano, al momento de la despedida, todavía lloran como si no se fueran a ver más…


2 comentarios:

Beauséant dijo...

a veces pienso que hacerse mayor es abrazarse a ese tipo de rituales, que vistos desde la distancia, pueden parecer estúpidos, pero que dan todo el sentido y la fuerza al camino recorrido...

Edurne dijo...

Yo también lloraría si tuviera una hermana con la que hubiese compartido sábanas, colchón, sueños, miedos y alegrías...

Muy tierno!
;)
Arazote, don profe!