17 de octubre de 2006

La pata coja

Tristán y Xai duermen plácidamente en el sofá. En el barrio, el silencio es interrumpido a ratos, por un ladrido lejano de algún perro vagabundo…

Los perros de la calle me ponen triste, tanto abandono se me hace intolerable. Y lo peor es que a cada momento me encuentro con ellos: en los paraderos de micros, camino al trabajo, a la salida del metro. En este último lugar, hace unos días vi a uno que le movía la cola, con un tímido entusiasmo, a todo ser humano que pasaba por su lado. Nadie respondió a su saludo perruno, que más que saludo era un intento por encontrar a alguien que lo llevara a su casa y dijera: “Este perro es mío”.

Hace unos días viajé a Rancagua a visitar a mi hermana. Sus vecinos se estaban mudando de casa y de ciudad, y se llevaban a sus dos perros. Uno de ellos es Moisés, un perro que recogieron sucio y mal herido. Moisés es medio ciego, pues perdió un ojo en sus malos tiempos de calle y abandono, además, tiene la mandíbula inferior rota, chueca, por esto su hocico no cierra bien. Moisés es de la raza más conocida: un quiltro. Para todo aquél que lo ve, Moisés es un perro feo. No para mí. Tampoco para la familia que lo acogió con todas sus heridas. La primera vez que lo vi vagando a tientas por el jardín, tropezándose con los rosales, me invadió la ternura y lo encontré bello, y me alegré por él, porque tuvo suerte. Tal vez por eso se llama Moisés, porque fue salvado de las peores aguas, las del abandono. A Moisés ya no lo volveré a ver, se fue a vivir a Viña del Mar, pero me hace feliz imaginarlo paseando por la orilla del mar, con las patas saladas, ladrándole a la sombra de las gaviotas.

Cuando venía de regreso a Santiago, tuve la mala fortuna de presenciar el atropelló de un cachorro. Cuando lo vi entre las ruedas de la micro, que obviamente no se detuvo, total era solo un perro, me cubrí la cara. Luego, al verlo que intentaba incorporarse y no podía, me acerqué para ayudarlo. Solo se arrastró hasta la vereda y cuando yo llegué hasta él, me miró con miedo y recelo. Pude acercarme y hacerle cariño, quería que sintiera que no estaba solo, que todo iba a salir bien. Mi hermana me había dado dinero para hacer algunos arreglos en mi casa. Pensé en llevarlo a algún veterinario, pero no lo hice. Ahora, cuando miro el arreglo para el cual estaba destinado el dinero, pienso en ese cachorro, y en su mirada de dolor, una mirada imposible de sostener sin llorar. Y no puedo dejar de sentirme culpable por mi falta de nobleza. La micro le rompió una pata. Yo también ahora llevo una pata rota de mi alma.

No sé por qué, pero hoy estoy triste como un perro.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

La diferencia entre nosotros y los otros... Pensaba en eso en mi último encuentro en la parroquia, lo que somos y aceptamos, y lo que no somos y, como tal, rechazamos o negamos...

Aceptar que somos medio cangrejos, o medio quiltros, o medio algo...

Aceptar que como cangrejos, quiltros o algos, vivimos alguna vez sobre la tierra, conocimos una felicidad distinta (la de la arena, la de la calle, la de alguna parte), sin hombres que nos lisiaran el alma o las patas...

Aceptar que sólo por casualidad hoy no somos ni cangrejos ni quiltros ni "algos"...

Alguna vez tuve que dejar la playa cuando, al atardecer, otros hombres violentaban el refugio sagrado de la arena mojada dejando al descubierto, indefensos, a los que yo considero mis hermanos...

No me gustan los perros... Pero entiendo cada palabra... Yo también soy mitad "algo"...

Abrazo, amigo-hermano-demases mio

Se le quiere

Arnoldo

Colectivo Kýrie dijo...

Soy el paulo... o sea, soy el mensaje que dejo paulo en tu blog y como todos los mensajes de el soy corto y fome...

Colectivo Kýrie dijo...

Acabo de leer la pata coja y esta bueno... y mis comentarios son muy poco profundos... por escrito, claro...