Cuando descubrió que el Viejo
Pascuero no existía, supo que la anhelada bicicleta no llegaría nunca. Por eso,
la navidad en que –envuelta en un mar de cintas rojiverdes- vio bajo el árbol la bicicleta de
sus sueños, rompió a llorar con una alegría inconsolable. Después, como reza la
tradición, salió a la calle para presumir de su regalo delante de los niños del
barrio, quienes ni siquiera se molestaron en mirarlo. Entonces emprendió el
viaje más feliz de su vida. Poco importaba que solo fuese alrededor de la
manzana y menos que, a esas alturas, él
tuviera mucho más de cuarenta años.
1 comentario:
A veces pasa uno toda una vida y no deja de sentir anhelo por ciertas cosas, y creo que esa es la mejor forma de envejecer, sin perder la ilusión por las cosas grandes o pequeñas...
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