7 de agosto de 2013

Las bicicletas son para el otoño


Cuando descubrió que el Viejo Pascuero no existía, supo que la anhelada bicicleta no llegaría nunca. Por eso, la navidad en que –envuelta en un mar de cintas rojiverdes- vio bajo el árbol la bicicleta de sus sueños, rompió a llorar con una alegría inconsolable. Después, como reza la tradición, salió a la calle para presumir de su regalo delante de los niños del barrio, quienes ni siquiera se molestaron en mirarlo. Entonces emprendió el viaje más feliz de su vida. Poco importaba que solo fuese alrededor de la manzana y menos que,  a esas alturas, él tuviera mucho más de cuarenta años.

1 comentario:

Beauséant dijo...

A veces pasa uno toda una vida y no deja de sentir anhelo por ciertas cosas, y creo que esa es la mejor forma de envejecer, sin perder la ilusión por las cosas grandes o pequeñas...