30 de octubre de 2006

"Estas vísperas son las de después..."

Hoy es 30 de Octubre. Mañana nací, hace 36 años... amanecía cuando mi madre estaba con los dolores de parto. Cuentan que el sol comenzaba a brillar cuando lloré por primera vez. A pesar de los tréboles de cuatro hojas y de los soles que me desearon para de ahí en adelante, he vuelto a llorar muchas veces...

Mi madre me parió en la casa en la que hoy sigue viviendo. La pieza en que nací, ahora está a punto de caerse, llena de cachivaches cubiertos de polvo. Mi primer llanto yace ahí, en las grietas de esos muros viejos y descoloridos. También el llanto de mis ocho hermanos sigue rebotando en esas paredes, pues la madre nunca supo de hospitales ni de médicos; pero sí de parteras generosas, mujeres valientes como ella, que conocían muy bien el dolor de ser mujer, por haber parido todos los hijos la vida les envió.

Me gustaría volver a la semilla, como en el cuento. Me gustaría, esta noche de vigilia, volver a la panza de mi madre y mañana nacer de nuevo, aunque tenga que llorar otra vez... pero después de 36 años, sabría, al menos, la razón del llanto.

Postdata: El título se lo pedí prestado a Joaquín... Sabina.

17 de octubre de 2006

La pata coja

Tristán y Xai duermen plácidamente en el sofá. En el barrio, el silencio es interrumpido a ratos, por un ladrido lejano de algún perro vagabundo…

Los perros de la calle me ponen triste, tanto abandono se me hace intolerable. Y lo peor es que a cada momento me encuentro con ellos: en los paraderos de micros, camino al trabajo, a la salida del metro. En este último lugar, hace unos días vi a uno que le movía la cola, con un tímido entusiasmo, a todo ser humano que pasaba por su lado. Nadie respondió a su saludo perruno, que más que saludo era un intento por encontrar a alguien que lo llevara a su casa y dijera: “Este perro es mío”.

Hace unos días viajé a Rancagua a visitar a mi hermana. Sus vecinos se estaban mudando de casa y de ciudad, y se llevaban a sus dos perros. Uno de ellos es Moisés, un perro que recogieron sucio y mal herido. Moisés es medio ciego, pues perdió un ojo en sus malos tiempos de calle y abandono, además, tiene la mandíbula inferior rota, chueca, por esto su hocico no cierra bien. Moisés es de la raza más conocida: un quiltro. Para todo aquél que lo ve, Moisés es un perro feo. No para mí. Tampoco para la familia que lo acogió con todas sus heridas. La primera vez que lo vi vagando a tientas por el jardín, tropezándose con los rosales, me invadió la ternura y lo encontré bello, y me alegré por él, porque tuvo suerte. Tal vez por eso se llama Moisés, porque fue salvado de las peores aguas, las del abandono. A Moisés ya no lo volveré a ver, se fue a vivir a Viña del Mar, pero me hace feliz imaginarlo paseando por la orilla del mar, con las patas saladas, ladrándole a la sombra de las gaviotas.

Cuando venía de regreso a Santiago, tuve la mala fortuna de presenciar el atropelló de un cachorro. Cuando lo vi entre las ruedas de la micro, que obviamente no se detuvo, total era solo un perro, me cubrí la cara. Luego, al verlo que intentaba incorporarse y no podía, me acerqué para ayudarlo. Solo se arrastró hasta la vereda y cuando yo llegué hasta él, me miró con miedo y recelo. Pude acercarme y hacerle cariño, quería que sintiera que no estaba solo, que todo iba a salir bien. Mi hermana me había dado dinero para hacer algunos arreglos en mi casa. Pensé en llevarlo a algún veterinario, pero no lo hice. Ahora, cuando miro el arreglo para el cual estaba destinado el dinero, pienso en ese cachorro, y en su mirada de dolor, una mirada imposible de sostener sin llorar. Y no puedo dejar de sentirme culpable por mi falta de nobleza. La micro le rompió una pata. Yo también ahora llevo una pata rota de mi alma.

No sé por qué, pero hoy estoy triste como un perro.

13 de octubre de 2006

En un principio era la lluvia...
... La lluvia también se equivoca. Afuera es invierno otra vez...

Ahora, también llueve adentro. Temprano, una gotera me despertó como el tic tac de un reloj. Caía sobre el velador con la monotonía que solo las goteras saben tener. ¿Qué hacer, entonces?

Es octubre. Mediados de octubre... y llueve.

Ahora llueve, y yo escribo para que no llueva adentro, para que las goteras no me mojen el alma
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