Una incierta tibieza de otro
tiempo se me cuela a veces por entre las costillas y se asienta un rato corto
entre la garganta y el pecho. Mis pies desnudos escarban en la tierra y se
regocijan con el calorcito que la tierra guarda. A mi lado, mi hermana dibuja
en el suelo la casa de sus sueños con una rama desnutrida. Con los ojos de
ayer, la casa que mi hermana dibuja, es lo más parecido a una mansión; con los
ojos de hoy, está mucho más cerca de una mediagua.
Mi hermana creció y -a fuerza de
porfía y mucho trabajo- construyó una casa con muchas ventanas, tantas que
alcanza para dos soles… o más.
A veces, en el jardín de la casa
de mi hermana, sin que nadie me vea, me saco los zapatos buscando la tibieza
esa de otro tiempo, esa que se cuela por los recovecos intercostales, y dibujo en
la tierra un sueño con forma de casa.