24 de octubre de 2011

De la vida, la muerte, el olvido y otras hierbas...




Amores (no) correspondidos


Él se enamoró de la vida. La vida, por esas cosas de ella misma, nunca se enamoró de él.




Cortejo


Le cerró un ojo a la muerte. La muerte, que no se anda con chicas, le cerró los dos.




El olvido



13 de octubre de 2011

El regustillo oxidado de la nostalgia


Y de pronto, en menos de lo que cantaba un gallo, la fiesta se acababa.
Una larga caravana de autos cargados de bultos y maletas sobre sus techos, desfilaba por la larga y única calle del pueblo, envolviéndolo todo en una gran nube de polvo. Y cuando la polvorienta nube desaparecía, como por arte de una triste magia, la larga y única calle estaba desierta.
Con la polvorienta nube también desaparecía la feria de entretenciones, y las sillas voladoras, por las que mendigábamos dinero para surcar los aires como gorriones, comenzaban a ser un alegre recuerdo. En recuerdo también se convertían los gatos porfiados y la ruleta que hacía volar un avión de mentira como si fuera verdad, el cual, si había suerte, aterrizaba en un largo chicle de fresa. Los patitos de lata, descoloridos y heridos de postones, emigraban también -huyendo de los cazadores- a otros veranos.
Y se desvanecían en el aire las canciones, que en ese tiempo ya eran antiguas… “Estelita, que linda que estás/ Estelita, podría con usted conversaaaar…” Esa música, que brotaba de los altavoces de la feria, era la banda sonora de las vacaciones, y de nuestra infancia.
Todo desaparecía. Todo, menos nosotros, que para consolarnos, nos dedicábamos a recorrer el lugar donde había estado la feria, buscando alguna moneda perdida en el fragor de la fiesta.
El verano, que prometía ser eterno, se había marchado y con él los amigos que regresaban a sus inmensas ciudades, que nosotros -los niños del pueblo, los que nos quedábamos- no conocíamos más que de oídas, y a las que nuestra desbordada imaginación, dotaba de fantásticas cualidades.
Y después, la resignación. Pronto vendría el regreso a la escuela, y el ajetreo de esa víspera ayudaba a ahuyentar la sensación de abandono que nos quedaba en el alma…
Ahora, tantísimos años después, cuando el regreso inevitable me trae al pueblo nuevamente, el regustillo oxidado de la nostalgia me hace rescatar del pavimento que cubre las calles del presente, aquella triste nube de polvo que un día también a mí me hizo desaparecer.


(Un 13 de Octubre, hace 5 años, comencé a escribir este blog... gracias a todas y todos por la compañía).