Y mira dónde fue a parar todo lo que se dijo
El sol marcaba algo más de las ocho. Tantos años durmiendo en la misma habitación, lo habían acostumbrado a intuir la hora en su ventana. Abandonó lentamente la cama y, sintiendo aún la otra piel en su cuerpo, caminó hasta el baño. Puso el seguro en el momento justo que su espalda se arqueaba por una fuerte convulsión. Y vomitó, vomitó mucho. Vomitó todo lo que tenía que vomitar.
Luego, casi sin fuerzas, se sentó en la bañera sin decidirse a presionar el botón que se llevaría los restos de esa última noche. Afuera, golpes y voces afligidas lo instaban a abrir la puerta, pero un incesante crepitar dentro de su cabeza no lo dejaba oír el ruido del mundo.
Casi una hora después, apretó el botón del estanque como quien jala el gatillo de un revólver y -sin despegar los ojos del fondo del escusado- vio como las metáforas, comparaciones, hipérboles, sinestesias, y cuánta figura literaria se le había ocurrido en esos casi dos años, desaparecían violentamente en el remolino del agua.
Luego, se enjuagó la boca con un desinfectante y dejó caer un delgado chorro de alcohol y babas teñido de rojo. Un adjetivo de afiladas aristas le había roto la lengua y la garganta. Volvió a tirar la cadena, respiró hondo y dijo:
-No saldré de aquí si sigues en esta casa.
Y así fue. Cuando sintió, después de largos minutos, que la puerta de entrada se cerraba, salió del baño y vio como la luz vacía de mayo entraba por la ventana. Entonces, cuando el sol marcaba una hora incierta, se echó a dormir.
El sol marcaba algo más de las ocho. Tantos años durmiendo en la misma habitación, lo habían acostumbrado a intuir la hora en su ventana. Abandonó lentamente la cama y, sintiendo aún la otra piel en su cuerpo, caminó hasta el baño. Puso el seguro en el momento justo que su espalda se arqueaba por una fuerte convulsión. Y vomitó, vomitó mucho. Vomitó todo lo que tenía que vomitar.
Luego, casi sin fuerzas, se sentó en la bañera sin decidirse a presionar el botón que se llevaría los restos de esa última noche. Afuera, golpes y voces afligidas lo instaban a abrir la puerta, pero un incesante crepitar dentro de su cabeza no lo dejaba oír el ruido del mundo.
Casi una hora después, apretó el botón del estanque como quien jala el gatillo de un revólver y -sin despegar los ojos del fondo del escusado- vio como las metáforas, comparaciones, hipérboles, sinestesias, y cuánta figura literaria se le había ocurrido en esos casi dos años, desaparecían violentamente en el remolino del agua.
Luego, se enjuagó la boca con un desinfectante y dejó caer un delgado chorro de alcohol y babas teñido de rojo. Un adjetivo de afiladas aristas le había roto la lengua y la garganta. Volvió a tirar la cadena, respiró hondo y dijo:
-No saldré de aquí si sigues en esta casa.
Y así fue. Cuando sintió, después de largos minutos, que la puerta de entrada se cerraba, salió del baño y vio como la luz vacía de mayo entraba por la ventana. Entonces, cuando el sol marcaba una hora incierta, se echó a dormir.