Lluvia
miserable la de esta mañana. La ciudad se despliega entre una gama de grises y un
sinfín de lucecitas que sucumben al día. Los trenes se desparraman lánguidos
por los rieles de sus horas -de todas sus horas- con su carga de huesos y carne
tan parecida al desperdicio.
El alma busca
refugio en un par de audífonos que se multiplican como un reguero de orejas.
El corazón se esconde en una balada romanticona, en una cumbia, en un rock
apocalíptico y rabioso, al compás de latidos inciertos, tristones… resignados.
Y el sentido
no brilla ni por su ausencia. Y parecen tantos los días de la vida… tantas las
mañanas de lluvia miserable.
En mala hora
me descolgué hoy del ropero. Prometo, señor, no reírme nunca más de los
suicidas. Prometo no putearlos si detienen el tren de las ocho am, dejando la
cumbia mañanera partida por la mitad en la oreja del pobre.