Es que no naciste para puta, María, por más que trates… Te dije que con ese corazón tuyo tan debilucho no llegarías ni a la esquina, que es donde se paran las putas a esperar a sus clientes. Si, ya sé que una vez te dije que el amor estaba a la vuelta de la esquina. Te mentí, María, y te pido perdón por eso. A la vuelta de la esquina, y en la esquina, sólo hay sexo. Sí, María, también recuerdo que me dijiste, en el colmo de tu soledad, que si no había amor, al menos aprovecharías la esquina para follar con quien estuviera disponible (que no son pocos). Que un buen revolcón no le viene mal a nadie, me dijiste. Y me mostraste una sonrisa canchera que no te comprabas ni tú, tú menos que nadie. Y ves, María, como yo tenía razón. Que ese corazón tuyo no tiene vocación de puto. Y tú, venga con que sí, que ya estabas harta de ser buena, que entre buena y estúpida no había diferencia. Pero quien nació para buena, o estúpida si quieres, no tiene mucho que hacer, María, sino asumirse en su condición de buena-idiota. Sí, no te enojes porque me río de los argumentos que me invento para convencerte. Bueno, vale, que ya es tarde, que ahora sólo tengo que vendarte ese corazón tuyo que viene de perder todas las batallas. Tampoco tienes que ser tan trágica, María, que estás malherida, pero vivita, y no te imaginas la de batallas que nos quedan por perder. Bah, deja que me ría de las desgracias nuestras, que las tuyas son mías y las mías tuyas. Dime que no parecemos dos putas en decadencia que recuerdan sus buenos tiempos. ¿Qué tú y yo no tuvimos mejores tiempos? Bueno, tampoco fuimos putas, que tu incursión en el rubro no llega ni a la categoría de aficionada. Es que estás imposible, María, vaya, si yo sólo quiero que sonrías un poco. ¿Qué como lo hago yo para no sufrir? Es que sufro igual, ¿sabes?, pero por otras razones. Razones existenciales, como diría ese amigo mío medio filósofo, o “insistenciales”, según mi versión de la teoría, por eso de insistir en vivir, que no es tan malo después de todo. Pero me estoy yendo del tema, como siempre. Ya, y a propósito de insistir, por esta noche no voy a seguir tratando de animarte, que bien sé que cuando uno está así, ni dios en persona con toda su corte celestial es capaz de convencerte de que no porque el amor te sea esquivo tienes que dejar de creer que esté en alguna parte. Que ese tema te da escozor. ¿Te dije o no te dije que los amores de una noche no son amores ni nada que se le parezca? Vale, que no te estoy riñendo. Te estoy vendando el corazón, que es lo único que se puede hacer ahora, y menos mal que me tienes a mí, María, que si no, te desangras… ¿Qué te pidió el teléfono? ¿Y qué hay con eso? Que con tal de acostarse contigo te habría pedido la mano si es preciso. No se hable más, y aunque me odies, ya no te dejo volver a salir a buscar sexo, que tú, a la primera de piel, al primer indicio de ternura ya sucumbes y crees otra vez que el amor existe. ¿Qué me contradigo? Eso siempre. Que lo que tú buscas es que te follen el alma, María, y eso, los forasteros no saben hacerlo…
Pero si ya me preguntaste eso, María. Bueno, te lo repito, no es que no sufra… cuando entendí que el amor existía, pero que no era bueno, guardé el corazón en el velador… (y no te imaginas cuánto sufre un corazón guardado). ¿Qué por qué te soporto? ¿Es necesario volver a hablar de eso? Sabes que me moriré vendándote el corazón. Porque fui tu primer mal… porque dejé que te enamoraras de mí, cuando la vida ya sabía que se había equivocado… María.