Nos lamentamos, hipócritas, de no haberlo visto venir, como si ese último año no hubiese tenido
cuatro inviernos y la lluvia no hubiera desteñido las casas y socavado los
cimientos del pueblo. Cuando hicimos el teatro de que nos habíamos dado cuenta
de la inminencia de la catástrofe, la humedad ya había alcanzado el colchón y
resquebrajado las costillas de la cama. Entonces culpamos del frío al
calentamiento global.