19 de febrero de 2014

La canción del condenado

¿Recuerdan los muertos el momento de su muerte? ¿Te acuerdas cuándo te maté?
Yo también tenía que morir, pero gasté todo el filo del cuchillo en tus costillas. En fin, para mi bien –o mi mal, en vista de como se dieron los hechos posteriores- no me desangré lo suficiente. Y aquí estoy, pagando las penas por mi mala puntería, por no saber –tú me lo repetías siempre- el lugar exacto donde habita el corazón. Ahora sí que lo sé, porque no deja de doler. En el recoveco intercostal izquierdo, tórtolo herido en su jaula de huesos flacos, late lento, muriéndose a goteras de muerte larga, consciente, desesperadamente lúcido, desesperadamente cuerdo. Porque la locura es el alivio de los amantes criminales, a mí se me ha condenado a la cordura y el desvelo… hasta que se me desgasten las sienes.

4 de febrero de 2014

La orgía del pobre


A modo de epígrafe, que puede y no puede ser parte del texto:  El oeste de la ciudad huele a meados. Las veredas, las estaciones de metro, los rincones pendencieros. Todo huele… a meados, a pollo asado, a caca de perro, a sopaipillas pasadas de grasa, a agua podrida. Es este cemento obrero que suda a pleno sol.

 La nariz se me arremanga. Es que a pesar de haber nacido en el lado oeste, mi olfato no acaba de acostumbrarse a la perfumada marginal. Me aíslo en burbujitas sosas, inodoras. Trabajo en el lado este de la ciudad. Por las tardes regreso al oeste en un tren atestado y sudoroso, donde no hay burbuja que me salve de la orgía del pobre… cuerpos contorsionados, espaldas calientes,  alientos pegajosos demasiado cerca de la oreja… respiraciones, jadeos más bien, que resbalan de la nuca al cuello… resoplidos, miradas que entran sin golpear, gestos de “perdona, no pude evitarlo… la inercia de los cuerpos en movimiento y la frenada burlona de la bacanal”. Perdonada, perdonado, perdonados todos.

El tren asciende y emerge espléndido, iluminado por los últimos rayos de un febrero que atardece y se misericordia de los habitantes que regresan al oeste olorosito a lo que nos tocó, al oeste-dormitorio, al oeste donde por fin se pone el sol. Estación Laguna Sur, todo este pasajero debe descender. Agradezco el golpe de aire que me enfría la carne. A ojo de pájaro, censo a los perros tristes… hay uno más ejercitando su mejor mirada de pena: la monedita pa’ su pan. Qué manera de sobrevivir, pienso. Es que los perros solo saben de vivir… el ser humano, en su caso, aplicaría todo lo que sabe de suicidio.