Muchos kilómetros
después nos despertó el conductor.
-
El
animal se queda aquí – dijo secamente.
Miré alrededor. No
había más que desierto…
El perro,
desconcertado e inquieto, parecía no resignarse a su destino y pude verlo siguiéndonos
en medio de la polvareda durante un buen trecho. De pronto desapareció.
Entonces golpeé el techo de la cabina. El camión se detuvo y me bajé.
Me bastó desandar un
poco del camino para encontrarlo. Acezaba.
-
No
sé adónde voy - le dije- pero tú te vienes conmigo.
Él movió su cola.