29 de abril de 2011

El último tren


…y este otoño tan lleno de lugares comunes, pensó, al ver caer las hojas como en una escena cursilona de película romántica. Hizo todo el camino, que iba del bar al metro, recriminándose. Que era un imbécil, que nunca aprendería, que bien merecido se lo tenía. Con esto último, se refería a esa desagradable sensación de vacío que ocupaba todos sus órganos. Caminaba con las manos en los bolsillos. Tenía frío. Empuñadas. Y rabia… con él mismo, que es la peor de las rabias. ¿Sabes cuántas personas solas hay en el mundo? Y, aunque la pregunta era retórica, de todos modos se respondió. Miles. Y no tiene nada de malo. Y si lo tiene qué, a todo se acostumbra el hombre. Llevaba solo mucho tiempo y pensaba que se había acostumbrado. Pero no, al más mínimo descuido, ya estaba soñando en plural.
Apuró el pasó para alcanzar el último tren y al llegar a la estación, el calorcito que de pronto lo envolvió, le hizo olvidarse por un momento de sí mismo. Se subió al tren y al cerrarse las puertas vio su imagen en la ventanilla. A mis años, pensó resignado, cualquier ilusión puede ser mortal.