Noche de Fin de Año en el Babel
-Tal vez no sea tiempo, todavía, de decir que hubo una vez un tiempo mejor- le digo, sin preocuparme de las redundancias de mi improvisado discurso.
A medida que hablo, intento adivinar lo que pasa por sus ojos mientras llora. Algo me dice que su llanto no se debe sólo a la borrachera. Llora silenciosamente, sin aspavientos, con ese llanto que fluye una noche de cansancio cualquiera, cuando al poner la cabeza en la almohada se te llenan de calladas lágrimas las orejas. Y no entiendes la razón del llanto, porque ya no sabes qué pena te está pasando la cuenta.
-No hay otro tiempo posible- me responde.
El barman nos mira y se ríe, mientras llena por quinta (¿o sexta?) vez nuestras copas, con las que volvemos a brindar, haciéndolas chocar torpemente. Entre sorbo y sorbo, analizo sus últimas palabras y pienso en que, quizás, la razón de su tristeza sea que se va a morir… “No hay otro tiempo posible”, fue lo que dijo. Sin embargo, no me atrevo a planteárselo, al menos no todavía. Y encamino mis palabras por el lado de que la tristeza se apodera de los seres solitarios, como él y como yo, en fechas como las que todos se encuentran celebrando, y que, muy por el contrario, nosotros padecemos. Trato de que mis palabras parezcan un chiste, y para reafirmarlo, lanzo una sonora carcajada, la que no suena falsa, porque, después de todo, no lo es, pues los borrachos nos reímos siempre de verdad.
-Y lloramos de corazón… siempre- agrega, como si adivinara mis pensamientos.
Pero, así de ebrio como estoy, ni la telepatía me sorprende. Y así, entre trago y trago y palabras cada vez más mal pronunciadas, me sigo esforzando por comprender la razón del llanto del extraño que la casualidad sentó a mi lado esta última noche del año. Cuando mi borracho discurso comienza a emprenderlas por los derroteros de la muerte, el barman se me acerca intrigado y me hace una pregunta que no acabo de entender.
-¿Se va a morir el croata este?
-¿Croata? ¿Qué croata?- le digo.
-Él pues- me responde, con un aire de desconcierto, tocándole el hombro a mi compañero de borrachera. –Como han estado hablando toda la noche cada uno en su idioma, pensé que ustedes se entendían…
Y así, borracho como estoy, en un instante de ebria lucidez, y sin afán de presumir, le digo:
-La tristeza, mi amigo, habla todos los idiomas.
-Tal vez no sea tiempo, todavía, de decir que hubo una vez un tiempo mejor- le digo, sin preocuparme de las redundancias de mi improvisado discurso.
A medida que hablo, intento adivinar lo que pasa por sus ojos mientras llora. Algo me dice que su llanto no se debe sólo a la borrachera. Llora silenciosamente, sin aspavientos, con ese llanto que fluye una noche de cansancio cualquiera, cuando al poner la cabeza en la almohada se te llenan de calladas lágrimas las orejas. Y no entiendes la razón del llanto, porque ya no sabes qué pena te está pasando la cuenta.
-No hay otro tiempo posible- me responde.
El barman nos mira y se ríe, mientras llena por quinta (¿o sexta?) vez nuestras copas, con las que volvemos a brindar, haciéndolas chocar torpemente. Entre sorbo y sorbo, analizo sus últimas palabras y pienso en que, quizás, la razón de su tristeza sea que se va a morir… “No hay otro tiempo posible”, fue lo que dijo. Sin embargo, no me atrevo a planteárselo, al menos no todavía. Y encamino mis palabras por el lado de que la tristeza se apodera de los seres solitarios, como él y como yo, en fechas como las que todos se encuentran celebrando, y que, muy por el contrario, nosotros padecemos. Trato de que mis palabras parezcan un chiste, y para reafirmarlo, lanzo una sonora carcajada, la que no suena falsa, porque, después de todo, no lo es, pues los borrachos nos reímos siempre de verdad.
-Y lloramos de corazón… siempre- agrega, como si adivinara mis pensamientos.
Pero, así de ebrio como estoy, ni la telepatía me sorprende. Y así, entre trago y trago y palabras cada vez más mal pronunciadas, me sigo esforzando por comprender la razón del llanto del extraño que la casualidad sentó a mi lado esta última noche del año. Cuando mi borracho discurso comienza a emprenderlas por los derroteros de la muerte, el barman se me acerca intrigado y me hace una pregunta que no acabo de entender.
-¿Se va a morir el croata este?
-¿Croata? ¿Qué croata?- le digo.
-Él pues- me responde, con un aire de desconcierto, tocándole el hombro a mi compañero de borrachera. –Como han estado hablando toda la noche cada uno en su idioma, pensé que ustedes se entendían…
Y así, borracho como estoy, en un instante de ebria lucidez, y sin afán de presumir, le digo:
-La tristeza, mi amigo, habla todos los idiomas.