Saber llorar
-Quiero que sepa llorar…
Se quedó callado, dejando la frase con puntos suspensivos. Yo esperé a que continuara.
- … quiero que pueda llorar cuando le duela el mundo. No que llore simplemente porque se cayó y se rompió una rodilla, o porque no tiene el juguete que quiere. Quiero que sepa y pueda llorar por el dolor de los otros, por la pena ajena. Llorar por y con los otros es el primer paso para hacer algo por ellos… Porque uno también forma parte de los otros.
-No son palabras muy optimistas para darle la bienvenida a tu hijo- le digo, y él parece no escucharme.
-¿Sabes qué me preocupa?
Lo miro y le respondo con un gesto.
-Siento que el ser humano está perdiendo la capacidad de conmoverse, y eso me asusta. El llanto está en vías de extinción.
-Pero que el llanto desaparezca puede significar también el fin del dolor- le digo, tratando de quitarle el tinte pesimista a su discurso.
-O que el dolor no nos importa- remata él.
Pausa larga. Afuera, tras los ventanales de la sala de espera, amanece.
-¿Y no quieres que sepa reír?-. Ahora soy yo quien interroga.
-Sí, pero para reír de verdad, primero hay que saber llorar.
-Estás imposible- le digo, riendo y palmoteándole la espalda.
Ambos reímos y nos abrazamos. Estábamos en eso cuando una enfermera lo vino a buscar.
-Bah, ve a recibir a Juanito- le digo, empujándolo suavemente, porque se ha quedado como paralizado.
Antes de que se pierda por el pasillo le digo alzando la voz para que me oiga:
-¿Por qué Juan?
Se gira, se encoge de hombros y me dice:
-Es el nombre más sencillo que encontramos.
Ya había comenzado a llorar…
(Para Elna, Marçal, Anna i Jordi).