De día no se debe dormir
Después de una larga conversación telefónica, con lágrimas inconteniblemente mías de por medio, me dispongo a dormir. Dudo si tomarme otra pastilla, pues sueño no me falta. Anoche regresé a casa muy tarde, no con el amanecer, pero casi. Cierro la persiana, intentando simular la noche que no existe, y me acuesto, pero a los pocos segundos me vuelvo a levantar porque no desconecté el teléfono y si suena, interrumpirá mi sueño. Regreso a la cama, me meto en ella, así toda deshecha como está, con unas ansias que bordean lo placentero y me dispongo, con la mejor de las disposiciones, a dormir. Antes había puesto el reloj despertador para que me devolviera a la vida a eso de las cinco y media. Me arrepiento y lo cambio a las seis. Ahora sí está todo listo. Es entonces cuando se me viene a la mente la imagen del sueño de anoche. Más bien es un enigmático fragmento de ese sueño. En éste, mi hermana me lleva de la mano por un camino pedregoso, bordeado de cipreses… no recuerdo como llegamos hasta un muro de barro húmedo, donde está escrito mi nombre…luego, me veo como un niño. Mi hermana borra mi nombre del muro con rabia… Me esfuerzo por recordar más, pero me es imposible, eso me atormenta y me impide dormir. Decido ir a por otra pastilla. La pongo bajo mi lengua y lentamente se va deshaciendo, así como lentamente se viene el sueño y me hace volar con cama y todo por el breve espacio de mi habitación. Creo que dormí. No del todo, pero dormí hasta que un ruido interrumpió mi descanso. Medio dormido aún, siento que alguien, con mucho cuidado, está abriendo la puerta de entrada. Pienso que debe ser alguno de mis hermanos, que de tanto en tanto se dejan caer por, digamos, mi casa. Luego tengo la certeza de que es Laura, mi amiga. Casi puedo verla entrar a la cocina y mirar con preocupación el desorden de loza sucia que se esparce por los muebles y el lavaplatos; casi puedo verla, dudando en si ponerse a lavarla o no. Yo se lo tengo prohibido, por eso de la terapia. Siento el chasquido de un fósforo y el sutil crepitar de la diminuta llama, y después la pequeña explosión del calefón al abrirse la llave del agua. Yo sigo aletargado sin poder abrir los ojos. Siento la boca amarga y pastosa. Quiero gritarle desde mi modorra que ya sabe que no debe hacerlo. Sin embargo, lo sigiloso de todos los movimientos me hace dudar de que sea ella. Entonces, saco fuerzas de mi grandiosa flaqueza, me levanto torpemente de la cama y salgo medio a tropezones de la habitación. Desde la puerta miro el desorden del resto de la casa; la cortina de la ventana principal se levanta con el viento y deja ver un cielo todavía luminoso. Una fría corriente de aire me toca la piel… es porque la ventana del otro dormitorio está abierta también, y entro a cerrarla antes de ir a saludar. Camino los escasos pasos que hay hasta la cocina, pero no encuentro a nadie. La loza sigue toda sucia y alborotada, el calefón está apagado y la llave cerrada. Entonces no me queda más que regresar a la cama a esperar que alguien me encuentre allí, no importa cuando… de todos modos ya es tarde.