27 de mayo de 2009

Credo

A veces me gustaría creer en Dios para poder decir Dios mío, por qué me has abandonado...



18 de mayo de 2009

Don Mario

A don Mario lo conocí por la Isabel, por esa canción en que éramos mucho más más que dos. La escuchábamos en un caset pirata, de esos que hacíamos girar con un lápiz para rebobinarlos. Y la oíamos en secreto, porque don Mario era de los prohibidos, al igual que la Isabel. Porque don Mario, aunque le cantara al amor, siempre hablaba de justicia, y eso a los dictadores no les gustaba nada.

Tiempo después, cuando estudiaba literatura en la universidad, don Mario y yo nos hicimos amigos. La soledad es nuestra propiedad más privada, me dijo un día en los patios de la facultad. Era -como siempre en mi vida cuando no es invierno- otoño, y estaba solo. Él me entendía y en estás soledades de Babel, de alguna manera, me hacía compañía. Junto a él hice el inventario de mis sentires, y los días comenzaron a desfilar en verso… libre. Aprendí también, por ese entonces, a recitarlo hasta con los dedos de los pies (yo me entiendo).

La Yani me contó, una vez en el patio de la virgen, que lo amaba desde la vez en que lo oyó recitar en la Estación Mapocho. “Es un viejo adorable”, me dijo, y a renglón seguido, agregó: “Lo amo, güeón.” Yo sonreí por tan singular declaración de amor, y pienso que no era la única que lo amaba. Ahora que se ha muerto, pienso eso, ahora que comienzo a notar cuánto quería, a quien fue mi amigo en los años más tristes.

El profesor de Literatura Hispanoamericana, ese viejo medio loco y medio sátiro, me enseñó sus cuentos. Entonces me hice amigo de Eduardo, que con trece años me habló de amor y perdón, de coraje, de tostadas y réquiems. Eduardo me hizo llorar, porque su madre no lloraba nunca. Y los feos de aquella amargadulcenoche me han acompañado todos estos años, en cada curso, para explicar que no es el rostro el feo, sino el alma cuando no se cuida.

Y cómo olvidar La vecina orilla. Ocurrió hace algunos años, cuando me despidieron de un colegio. El día que debía marcharme, junto a otros profesores despedidos, todos mis alumnos llegaron con una rosa roja y la dejaron en la puerta de la capilla (porque era un colegio católico). De algo me sonaba ese gesto, esa protesta. La sonrisa cómplice de Wladimir me lo recordó: “Los cuentos enseñan, profesor.” Y no precisamente literatura… Don Mario y yo seguíamos juntos.

Don Mario se fue en mayo, en el apogeo del otoño en el hemisferio sur (que sigue existiendo). Don Mario se fue y se quedó en su Montevideo, ciudad que extraño sin haber estado nunca, porque no he podido concretar el viaje planificado desde que nos conocimos. Ojalá que adonde don Mario llegue, se respire bien.

Don Mario se fue ayer, en su Montevideo, dejándome con la esquina de mi otoño rota…






4 de mayo de 2009

…y otra vez otoño

- ¿Qué pasaría si me enamoro de ti?
- Eso no va a ocurrir.
- Pero si ocurre…
- ... A tu edad el amor pasa rápido.

Silencio… o pausa.

- ¿Y si tú te enamoras de mí?
- Para un corazón viejo como el mío…sería un regalo.

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