10 de noviembre de 2014

La nave de los elegidos


Mientras la impía lluvia borraba la rayuela en la que los hijos del patriarca solían entretenerse antes del anuncio del diluvio, los últimos animales subían al arca llenos de incertidumbre. Por su innata condición de pastor, al perro se le asignó la tarea del embarque. Concluida esta misión,   subió a la nave de los elegidos y desde la puertecilla miró a los desdichados que se quedarían abajo. Fue entonces que lo vio, desamparado y suplicante bajo la lluvia demencial, y haciendo caso omiso de los designios divinos, con un revoloteo de su noble cola, dejó que Noé y su prole subieran al arca.