16 de diciembre de 2010

Eros y... Psique
(Una versión lejana y particular)

De fondo suena, una y otra vez, “Ne me quitte pas” en la versión de Jaques Brel. Había apretado el botón de repetir, para que la canción no dejara de sonar durante toda esa breve eternidad. Porque sí, porque así lo había imaginado, y también para no olvidar que el amor es triste aun en el momento de mayor felicidad. Hay también en la escena copas rotas y vino derramado, porque el primer arrebato de deseo comienza en la cena, por culpa, quizás, de las ciruelas al oporto y la crema, que maliciosa se queda en la frontera de la boca de ella, y la lengua envalentonada de él, un poco borracha, un poco dulce, que se aventura por esas comisuras sin dios. Y las manos - que al primer contacto de la lengua de él en la boca de ella, pierden el control y lo tiran todo- pasan de la risa al cuerpo, sintiendo, por primera vez la piel del otro, imaginada por tantos, por tantísimos años. Entonces se besan… a la desesperada, casi con rabia, casi con dolor, un dolor dulce, suave, feliz. Y las manos que vagan sin rumbo no se miden en las caricias, y los dedos parecen dientes queriendo arrancar la carne del otro. Por fin pelean la batalla que ya habían perdido. Luego viene una especie de tregua. Sin saber cómo, llegan, a una esquina del comedor, y arrinconados, sin separar sus labios, comparten un mismo aliento, tibio, salado y alcohólico. Como si en la caverna de sus bocas se muriera un dragón, la respiración y los latidos recobran la calma. Fue en ese instante cuando él apretó el botón…ne me quitte pas ne me quitte pas ne me quitte pas… Los besos se hacen lentos y las caricias expertas, para dar paso a la escena en que los amantes se desprenden de sus ropas, regando con ellas el camino al dormitorio, sin siquiera darse tiempo para contemplar esa primera desnudez compartida. La camisa de él, la blusa de ella; las medias, los calcetines y el desequilibrio de la maniobra que los hace rebotar en la cama. Entonces sí se ven, con más de veinte años de retraso, de espera, y él piensa que para los pechos de ella, de verdad, veinte años no son nada, y no le importa si en su propio cuerpo veinte años son algo. Y terminan de desvestirse, como dos críos adolescentes, juguetones y torpes, enredándose en el pantalón y en la falda. Y ya completamente desnudos, las lenguas teminan el trabajo que habían comenzado los dedos. Mientras Jaques Brel sigue cantando ne me quitte pas ne me quitte pas… él se hunde, lento y conmovido, entre sus piernas. Y cuando la canción vuelve a girar sobre sí misma, ella es la que está sobre él en el delicioso y soberano arte de encajar. Y otra vez él… y otra vez Jaques Brel ne me quitte pa y ella otra vez ne me quitte y él agitándose como si tuviese alas ne me quit tensándose ambos cóncavos ne me y convexos y Brel desgañitándose en el aleteo final para no envidiar los jadeos ne me quitte pas ne me quitte pas… y el amante, ahoga un grito y el ne me quitte pas se oye ahora apenas, quedito, triste, porque el amor, aun en su momento más esplendoroso, es triste…más para él, que a pesar de que con los años ha ido perfeccionando sus fantasías, le sigue pareciendo triste eyacular, siempre, en su propio ombligo…
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