Un tiempo de otro tiempo –no sé
si de ayer o mañana– se me cuela por las rendijas de la piel y una tibieza
(también de otro tiempo) me empapa el cuerpo. Muy cerca de mi cara, la mujer me
dice algo que no entiendo. La veo como en una escena de película muda… en cámara
lenta. Sin embargo, le sonrío. Su pelo se agita, su rostro se congestiona… su
boca respira en mi boca, mientras atravesamos raudos la histeria de la ciudad,
como si esta fuera nuestra última bacanal. En mi delirio pienso que tú y yo
podríamos habernos conocido antes. En una de esas, eras tú la historia de amor
que me quedé debiendo. ¿Ya no es tiempo, verdad? Intento capturar tus agitadas
manos que hurguetean en mi pecho. Interrumpes un instante las maniobras seudoamorosas
y me miras. Noto preocupación, casi angustia, en tu mirada. Por eso cambio el
discurso, ese que solo pienso porque tu boca intermitente no me deja hablar, y
te digo que olvides nuestra historia de amor que no fue, que a estas alturas
poco importa, que los amores de última hora tienen el mismo poco valor que los
arrepentimientos in artículo mortis… y que aprovechemos el instante final, el
orgasmo del alma, ese que se derrama por todas las rendijas de la piel, por la
boca, los ojos, el ombligo, por la punta de los dedos, por los caracoles de las
orejas… entonces sobreviene el silencio, la calma… la niebla del cigarrito.
Desde la azotea observo la danza
fúnebre de las ambulancias que atraviesan la ciudad, pero ya no distingo en
cuál de ellas viaja mi cuerpo. Tampoco recuerdo el rostro de la enfermera. Es
sorprendente la mala memoria que tienen los muertos.
1 comentario:
no creo que sea una cuestión de falta de memoria, es simplemente otra memoria menos mundana, más alejada de nuestro día a día tan miserable...
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