¿Quieres ser Jude Law?
Quiere ser Jude Law. Él Quiere ser Jude Law en esa película en que es administrador de un café muy de película, porque nunca hay clientes y siempre está por cerrar. En verdad, querría ser cualquier actor, pero quiere ser Jude Law porque es el protagonista de la película que terminó de ver hace un rato. En verdad, quiere ser un personaje de película. Quiere ser otro. Quiere ser un otro a quien le pase algo. Porque hace algunas semanas que está encerrado en casa, y cuando alguien se encierra en casa no pasa nada más que la rutina. Y la rutina se convierte en un rito odioso. Y los ritos odiosos, y las rutinas de mierda, no son historias para contar. Porque es distinto que a Jude Law no le pase nada, porque, como es película, al final seguro algo le ocurre.
Ël, sin embargo, llegará al final del día sin que le haya ocurrido nada. O sí, porque cuando no pasa nada, todo ocurre: el café de la mañana, la tostada. Y ocurren lentamente. Y luego -hasta la madrugada- le ocurre el libro de medicina que debe corregir para entregar antes de que acabe el mes. A ratos ocurre que come. A ratos, acaricia a sus perros.
Pero claro, ahora quiere ser Jude Law, porque desde hace dos días que ni la cabeza ni el cuerpo le responden muy bien. Entonces decide ver una película, y aunque Jude Law es un tipo tan solo como él, quiere serlo porque el guión, a Jude Law, le será favorable. El guión, los ángulos y lo planos…
Los ritos rutinarios y solitarios de Jude Law resultan poéticos. Los suyos en cambio, con el transcurrir de los días de encierro, han empezado a convertirse en certezas. Una taza con restos de café en el fondo del lavaplatos, una cuchara abandonada a su lado. Un vaso. Una servilleta arrugada. Un mantel doblado en muchas partes en la esquina de la mesa. Todo en su única unidad, Todo en singular. Lo único plural son las hojas del libro que corrige, los lápices… las migas de pan, que ocupan el resto de la superficie de la mesa.
De pronto, se da cuenta que no sabe si es miércoles o jueves. Se da cuenta que tampoco le importa. Se da cuenta que otra vez es la madrugada. Se da cuenta que está cansado… se da cuenta que nunca será Jude Law.
Quiere ser Jude Law. Él Quiere ser Jude Law en esa película en que es administrador de un café muy de película, porque nunca hay clientes y siempre está por cerrar. En verdad, querría ser cualquier actor, pero quiere ser Jude Law porque es el protagonista de la película que terminó de ver hace un rato. En verdad, quiere ser un personaje de película. Quiere ser otro. Quiere ser un otro a quien le pase algo. Porque hace algunas semanas que está encerrado en casa, y cuando alguien se encierra en casa no pasa nada más que la rutina. Y la rutina se convierte en un rito odioso. Y los ritos odiosos, y las rutinas de mierda, no son historias para contar. Porque es distinto que a Jude Law no le pase nada, porque, como es película, al final seguro algo le ocurre.
Ël, sin embargo, llegará al final del día sin que le haya ocurrido nada. O sí, porque cuando no pasa nada, todo ocurre: el café de la mañana, la tostada. Y ocurren lentamente. Y luego -hasta la madrugada- le ocurre el libro de medicina que debe corregir para entregar antes de que acabe el mes. A ratos ocurre que come. A ratos, acaricia a sus perros.
Pero claro, ahora quiere ser Jude Law, porque desde hace dos días que ni la cabeza ni el cuerpo le responden muy bien. Entonces decide ver una película, y aunque Jude Law es un tipo tan solo como él, quiere serlo porque el guión, a Jude Law, le será favorable. El guión, los ángulos y lo planos…
Los ritos rutinarios y solitarios de Jude Law resultan poéticos. Los suyos en cambio, con el transcurrir de los días de encierro, han empezado a convertirse en certezas. Una taza con restos de café en el fondo del lavaplatos, una cuchara abandonada a su lado. Un vaso. Una servilleta arrugada. Un mantel doblado en muchas partes en la esquina de la mesa. Todo en su única unidad, Todo en singular. Lo único plural son las hojas del libro que corrige, los lápices… las migas de pan, que ocupan el resto de la superficie de la mesa.
De pronto, se da cuenta que no sabe si es miércoles o jueves. Se da cuenta que tampoco le importa. Se da cuenta que otra vez es la madrugada. Se da cuenta que está cansado… se da cuenta que nunca será Jude Law.